Más allá de los sentidos

La visión interior

 

El Tao es la vía para encontrar y practicar un modo de vida más pleno y libre. La enseñanza del Tao Te Ching es común con todas las enseñanzas dirigidas al ser humano y que han sido transmitidas por las tradiciones espirituales durante la historia de la humanidad. Sin embargo, la formulación del Tao Te Ching tiene algo especialmente valioso: es directa, inmediata, sin adornos ni dialéctica innecesaria. También es muy exigente porque la comprensión de su mensaje ha de hacerse desde una profundidad de conciencia que no es el estado habitual y cotidiano en que el ser humano medio se encuentra. Exige la conexión con el “espacio interior” donde no hay aparentemente nada, retirarnos del mundo sensorial y empezar a captar otra realidad por medio de una facultad que ha sido llamada “visión interior”. Es un espacio “fuera del espacio” de donde todo procede y que no siendo nada lo contiene todo. Una dimensión sin forma ni color que no puede ser captada por los sentidos físicos pero que durante más de 2.000 años ha sido fuente de inspiración para artistas, innovadores y buscadores espirituales. 

“Al mirarlo no lo vemos pues es invisible.

Al escucharlo no lo oímos, pues es inaudible.

Al palparlo no lo sentimos, pues es impalpable.

Estas tres cualidades –invisible, inaudible, impalpable-

juntas forman el Uno.

 

En el Uno lo superior no deslumbra,

lo inferior no es oscuro.

Lo insondable es un flujo permanente

que no admite nombre.

Siempre retorna al no ser.

 

Es la forma sin forma, la imagen de lo inmaterial,

inaccesible para la imaginación.

Al mirarlo de frente, no vemos su rostro,

al seguirlo, no vemos su espalda

.

Si para dominar la existencia de hoy

te adhieres al Tao de los antiguos,

podrás conocer el remoto origen.

Es el hilo ininterrumpido del Tao.”

(Cap. 14)

 

En Wen-tzu se transmite la misma enseñanza:

“Lao Tse dijo:

La sustancia del Camino es no ser: no puedes ver su forma cuando la miras, no puedes oír su sonido cuando la escuchas. A esto se llama lo misterioso desconocido. Lo”"misterioso desconocido” es una manera de hablar acerca del Camino, no es el Camino en sí mismo” (Wen-tzu).

Para tratar de transmitir como podemos enlazar con este mundo profundo, Chuang Tse nos habla del “ayuno del corazón” (hsin chai) un término con el que designa la purificación del corazón que posibilita experimentar el Tao:

“Unifica tu voluntad. No escuches más con los oídos, sino con el corazón. No escuches más con el corazón, sino con el chi. Pues la audición tiene su limitación en los oídos; el corazón (entendido como conciencia) está limitado por su acomodación (a determinados objetos externos); pero el chi capta por el Vacío. Y el Tao reside en el vacío. Este vacío se alcanza por la abstinencia del corazón”

La sabiduría del Tao nos dice que hay otra forma de conocer, más profunda, más consciente, más silenciosa, que la habitual. Mientras “nuestro mundo” venga delimitado por la experiencia sensorial y se reduzca a los datos que nos proporcionan los cinco sentidos físicos; mientras los límites de nuestra realidad sean los creados y mantenidos por una mente repleta de conceptos, ideas y creencias pero sin contacto alguno con lo esencial; mientras consideremos que “conocer” es adquirir “más conocimiento” para almacenar y elaborar en la memoria muerta, que sólo sabe de datos y no de experiencias; mientras esta sea la base de nuestra forma de vivir, nos mantendremos en estados de conciencia incipientes.

Sin embargo, existe otro conocimiento que no es conocimiento, sino sabiduría, pertenece a la dimensión vertical y alcanza una comprensión más elevada porque conduce a “lo que es”. No nos llevará a “saber todo acerca de algo”, sino a penetrar en la profundidad para contactar con lo que está más allá de las formas, los sentidos y la mente cotidiana. Esta es la sabiduría del Tao a la que se accede mediante el control de los sentidos y la superación de los límites de la conciencia condicionada por una estrecha forma de captar la realidad, y, en consecuencia, de construirla.

Lo importante es la visión interior. Legendarios maestros son recordados como invidentes, aludiendo a que la auténtica capacidad de ver no reside en nuestros ojos físicos. Por el contrario, los sentidos físicos pueden llegar a “nublar la visión”.

Los capítulos 12 y 35 del Tao Te Ching recogen el tema de cómo los sentidos físicos pueden ser obstáculos y límites en la vía hacia el despertar debido al efecto pernicioso que produce la identificación con el mundo sensorial. Para ser más exactos habría que decir que el obstáculo no reside en los sentidos, sino más bien en ser arrastrados por sus percepciones hasta el punto de perder la conciencia del momento presente en toda su profundidad.

“Los cinco colores nublan la visión.

Las cinco notas aturden el oído.

Los cinco sabores arruinan el paladar.

La prisa y la ambición arrebatan el corazón.

Los objetos preciosos perturban la conducta”

(Cap. 12 Tao Te Ching)

 

“Si eres fiel a la esencia original

el mundo acudirá a ti

en busca de paz y serenidad.

“Música y buena comida,

hacen que el caminante se detenga.

Pero el verdadero Tao

es insípido, no tiene sabor.

Se mira, y no se puede ver.

Se escucha, y no se puede oír.

Se utiliza, y no se puede agotar”.

(Cap. 35)

Hay un mundo subyacente a la realidad de los sentidos y el Tao Te Ching nos insta a buscarlo y encontrarlo, a ir más allá de la superficie y las apariencias para hallar la esencia original. Uno de los principales obstáculos que hallaremos en este intento de expandir la conciencia y alimentar el alma es la constante identificación con “lo físico”, con los sentidos y con las imposiciones del ego que nos llevan a ser dominados por los deseos.

El Tao no preconiza el no mirar a nuestro alrededor, no admirar y sentir la belleza de una flor, la melodía de una música, o el delicioso sabor de un alimento. No consiste en volverse sordo, ciego e insensible. De lo que realmente se trata es de no dejarse aprisionar por este tipo de impresiones, de no identificarse con ellas, de sentirlas y captarlas sabiendo que sólo son una ínfima parte de la gran realidad; siendo conscientes de que esos otros mundos están en nuestro interior y no podemos acceder a ellos a través de las impresiones proporcionadas por los sentidos físicos. Sabiendo que para entrar en la esfera más allá del color y del sabor se requiere de la mirada interior, de la profundización en uno mismo hasta llegar a un estado meditativo caracterizado por el silencio.

En definitiva, es un vivir el mundo físico desde la profundidad de la conciencia. Esta forma de comprensión no  rechaza los sentidos y las impresiones que nos aportan, ello sería un error porque también en las “formas” está el Tao. La forma de comunicación comprensiva e la integración, mediante la toma de conciencia de esos mundos que también se expresan a través del físico.

Es conveniente reflexionar sobre el hecho de que la gama de vibraciones ópticas, acústicas, táctiles etc. es un mínimo fragmento de lo real. Los sentidos, como órganos físicos, son útiles en la dimensión física, en el mundo tridimensional; si se quiere penetrar en lo que está más allá de lo físico pierden toda su utilidad y se convierten en obstáculos. Conocemos muy bien que no sólo vivimos en lo “material” y que poseemos un mundo de energías tan real como lo que llamamos físico. Esperanzas, inquietudes, sospechas, simpatía, incertidumbre, ansiedad, amor, comprensión, alegría, etc., nada de ello es captado a través de los sentidos físicos; sentimientos y emociones son energías que flotan y se sumergen en un ámbito al que los sentidos físicos tienen negado el acceso; no se pesan, ni se miden, no tienen color ni sabor, no se localizan en el espacio. Cuando deseamos expresar este tipo de estados energéticos en el nivel “material”, inevitablemente, tenemos que utilizar el lenguaje simbólico. Los símbolos son el puente entre lo que percibimos como exterior y nuestro mundo interno que abarca un sinfín de peldaños, desde lo  psicológico  unido fielmente a lo corporal hasta lo espiritual que participa de las esferas de luz pura.

Hemos aprendido a utilizar, por ejemplo, medios audiovisuales para generar emociones o a buscar impresiones que consideramos bellas y agradables para generar estados más deseables. Pero el símbolo no es la emoción que produce o induce. El símbolo no es la realidad a la que se refiere. Ésta se encuentra en los mundos sutiles e inmateriales.

Si anhelamos llegar a captar la inmensidad sin límites, aquellas dimensiones donde lo material es generado, tenemos que abstraernos de los sentidos y potenciar la capacidad de penetración de la conciencia para vivir de forma íntegra “desde adentro” captando lo no aparente. Esta forma de vivir supone transitar el camino contenido en el antiguo compendio de sabiduría taoísta conocido como “I Ching” que conduce desde el hombre terrenal al hombre superior como escalón intermedio para, desde él, acceder al hombre celestial.

En este aprendizaje no sólo se debe superar los sentidos, sino también la mente dual. Hay que recorrer la denominada “vía del medio”, trascender los opuestos, elevarse por encima del juicio constante que encierra afirmación o negación, de la crítica y la clasificación, y, en definitiva, por medio del desapego colocarnos por encima de todo aquello que consideramos falsamente “importante”.

Desde la vía del medio, el ser humano, usando la terminología del I Ching, tiene un pie en la tierra y otro en el cielo. Su visión interna se ha potenciado porque es capaz de percibir la realidad oculta en las apariencias. Ya no es un sujeto perdido en el bosque de la vida porque conoce el sentido oculto de lo que vive y de lo que es. Su visión interior se ha despertado y está colocado en la condición adecuada que le permite encarnar al hombre celeste, aquel que es uno con el Tao.

En el capítulo 25 del Tao Te Ching vienen recogidas las leyes que rigen los distintos niveles del universo:

“El Tao es grande.

El Cielo es grande.

La Tierra es grande.

El monarca (el hombre) también es grande.

Hay cuatro grandes cosas en el universo

y el hombre es una de ellas.

El hombre sigue las leyes de la tierra.

La tierra sigue las leyes del cielo.

El cielo sigue las leyes del Tao.

El Tao sigue a su propia naturaleza”

 

Así se plasma la armonía universal. Estos son los cuatro grandes principios que rigen el orden cósmico. Cuando alguno de estos principios se vulnera aparecen los conflictos y las contradicciones. El Tao Te Ching recoge de este modo conciso y directo la realidad de que el ser humano es un reflejo del Tao, y las leyes que nos rigen en “lo humano” son un reflejo de las leyes cósmicas.

El inicio del camino hacia la espiritualidad es el hombre terrestre, aquél que vive y actúa en los límites de la personalidad puramente humana y que generalmente lo hace de forma inconsciente porque desconoce la causa de lo que vive y el “para qué” de su vida. Es en este ámbito de la vida cotidiana donde pueden empezar a aplicarse los principios y valores del Tao. Se comienza a vislumbrar y a tomar conciencia de que existe una energía que todo lo nutre y que constituye nuestro cuerpo físico, teje nuestras emociones y da vida a los pensamientos. Se manifiesta tanto en el ser humano como en todo lo que le rodea. Este aprendizaje, por sí mismo, conlleva una transformación profunda en la forma de vivir y en la concepción del universo.

Cuando la existencia se desarrolla entre el apego constante a objetos, materiales o inmateriales, y el miedo a perderlos, la energía vital, llamada “chi” en la tradición taoísta, que de forma natural fluye y se expande, se ve obstruida, obstaculizada y desperdiciada, y la unión con el Tao se torna imposible.

El capítulo 56 del Tao Te Ching nos dice:

“El que sabe no habla,

el que no sabe habla.

Conserva tu boca cerrada,

Cuida tus sentidos (puertas),

atenúa los contrastes,

simplifica tus problemas,

suaviza tus formas.

Hazte humilde como el polvo.

En eso consiste la misteriosa unión con el Tao.

El que ha llegado a este estado,

no hace diferencias entre próximos y extraños,

entre suerte y desdicha

entre honor y humillación.

Ésta por tanto, es la suprema nobleza del hombre”.

 

Y en el capítulo 5:

“Hablar nos deja vacíos,

más vale conservar lo esencial”

El “chi”, también transcrito como “tsi” o “Qi”, representa un concepto importantísimo en el taoísmo; es la energía primordial cósmica que penetra y anima a todos los seres. El chi fluye en el cosmos y en el individuo como fuerza del Tao. Quien aspire a despertar la conciencia deberá aprender a conocer esta energía, a vigorizarla y a conservarla manteniéndose en un estado de integridad, sin obstaculizar su flujo natural. Según el taoísmo, la dispersión energética tiene lugar a través de la identificación con las impresiones sensoriales y del mal uso de la energía física, mental, emocional y sexual. La falta de control consciente de los pensamientos es una de las vías más importantes de escape energético. El Tao Te Ching insiste en evitar intervenir en el flujo natural de la energía, nutrirla y no desperdiciarla. La aspiración es llegar a vivir la vida en un estado de perfecta interiorización, con una atención consciente que capta, sin ser arrastrada por las percepciones ni los pensamientos. Es lo que el texto llama el “cuidado de los sentidos” auténticas ventanas a través de las cuales recibimos las impresiones. Quien permite que las percepciones le lleven al olvido de sí mismo se vuelve ciego y sordo para el Tao y todo lo que es y lo que vive empieza a girar alrededor de objetos e ilusiones; su mente está disgregada; pensamientos, palabras y acciones se suceden en una cadena de inconsciencia. Toma lo aparente por real y aún más, cree firmemente que sólo lo aparente es real.

En los versos transcritos anteriormente, Lao Tse describe un modo de vida que conduce a la concentración y aumento de la energía vital mediante el aquietamiento interior y la atención centrada y en el que dedica una importancia muy especial a la palabra. Si investigamos cualquier mitología, cultura o tradición espiritual, encontraremos que el verbo, el sonido, la palabra, encarna y genera la fuerza creadora. Lao Tse la considera al verbo una de las vías de fuga energética que hay que cuidar especialmente a la vez que el aspirante a sabio se mantiene centrado en el propio núcleo evitando la disgregación interna “en múltiples actividades”.

Según el Tao Te Ching, el Tao existe tanto en la región no perceptible como en el mundo de las formas y fenómenos, es decir, en lo manifestado. Ambos estados tienen un origen común pero solamente una conciencia libre de las ataduras a lo fenoménico, a las formas y a las apariencias puede contemplar la esencia oculta de todo lo existente.

“La permanente ausencia de deseos

permite contemplar el gran misterio.

La constante presencia de deseos

permite contemplar sus manifestaciones.

Ambos estados tienen un origen común

y con nombres diferentes aluden a una misma realidad.

El infinito insondable es la puerta de todos los misterios”

(Cap.1 Tao Te Ching)

 Él Tao fluye a través de nuestro cuerpo físico, se entrelaza con pensamientos y sentimientos, toma forma y color; pero a la vez también es lo inmanifestado e invisible, fuente de la que brotan todas las formas. En ese estado donde reside el gran misterio se encuentra nuestro origen y el presupuesto para poder acceder a él es la ausencia de deseo. En cuanto el deseo surge en nuestra psique, el mundo de las formas se torna “real”; el deseo y el apego con todas sus consecuencias limitadoras es lo que impide la conexión con el Tao eterno y sólo mediante la activación del potencial de nuestra conciencia podremos vislumbrar lo que se oculta detrás. En el capítulo 52 del Tao Te Ching se vuelve a insistir sobre el mismo tema recalcando cual es el modo de vivir que conduce a la Luz: 

“Quien cierra la boca

y guarda sus sentidos

nunca se debilitará.

Quien abre la boca

y multiplica sus actividades

no podrá salvarse.

Ser lúcido es ver lo ínfimo.

Conservarse pequeño es mantenerse fuerte.

Usa la luz para retornar a tu interior.

Esto te mantendrá a salvo.

Eso se llama Tao”.

 

A continuación, este mismo fragmento del capítulo 52 según la traducción de J.L. Preciado:

“Si bloqueas las aberturas,

y cierras las puertas,

llegarás sin debilitarte al final de la vida.

Si franqueas las aberturas,

y multiplicas tus ocupaciones,

llegarás al final de la vida sin salvación posible.

Ver lo pequeño se llama clarividencia,

conservarse débil se llama fortaleza.

Usa la luz, para retornar a la claridad original.

Así evitarás las desgracias,

esto se llama seguir lo permanente”.

 

Cuando Lao Tse se refiere a que las múltiples ocupaciones y actividades impiden vivir en unión con el Tao, está señalando hacia las turbulencias que en forma de preocupaciones, proyectos, problemas, pensamientos y sentimientos egoicos enturbian la visión interior. La enseñanza taoísta propicia el vivir “hacia dentro” e impulsa a huir de la complicación y de los contenidos densos generando una “simplicidad espontánea”. La forma de entender el mundo que proponen estos versos está basada en el “wu wei” o “no actuar” y en el conocimiento intuitivo como camino de integración con el Tao. El taoísmo mantiene con firmeza la creencia de que el intelecto humano, debido a sus limitaciones, no puede comprender el Tao. Chuang Tzu, la otra gran figura del taoísmo junto con Lao Tse, afirmaba que “el razonamiento no hará hombres sabios”. Su obra está repleta de pasajes que reflejan el menosprecio taoísta hacia el razonamiento y la argumentación: “A un perro no se le considera bueno porque ladre bien; a un hombre no se le considera sabio porque hable hábilmente. La disputa es una prueba de que no se ve con claridad”.

El mundo de los sentidos es el campo apropiado para el deseo, el apego y la falsa imagen de nosotros mismos. El Tao Te Ching es una llamada a la reflexión sobre quienes somos realmente, qué es lo fundamental en la vida y lo inútil de la ambición.

“El renombre o la persona,

¿qué es más importante?

La persona o las posesiones,

¿qué vale más?

Ganar o perder,

¿qué es peor?

 

Quien se apega a las cosas,

siembra su desdicha.

Quien las acumula,

sufrirá grandes pérdidas.

Quien se contenta con lo que tiene,

no conoce el desengaño,

Quien sabe refrenarse, evita el peligro

y puede vivir eternamente”

(Cap. 44 Tao Te Ching)